miércoles, 27 de febrero de 2013

TODOS LOS SANTOS Y CARNAVAL


EL  DIA DE TODOS LOS SANTOS


Hace unos días indicaba, que según fuese recordando les iba a comentar sobre otros días populares que se celebraban en Pueblica, sobre los años 1.950. Pues bien hoy sigo con alguno de ellos.


El día de Todos los Santos, era festivo en nuestro pueblo. La mocedad  en su mayoría, y con anuencia del Alcalde, iba al monte comunal denominado “Los Penosillos”, a buscar un buen carro de leña, (jaras, roble y encina).
Lo traían al pueblo y lo depositaban en un montón al lado del antiguo frontón, donde hoy se halla el depósito viejo del agua y sobre una de las paredes del antiguo cementerio; para hacer la hoguera el día de difuntos.

El día siguiente era dedicado a los fieles difuntos, y culminaba con la novena que durante 9 días se celebraba en la iglesia; y en la que aparte del Rosario  y jaculatorias de petición sobre los difuntos, también había algunas cantoras, que dedicaban canciones piadosas a los mismos.
Ese día se encendía la hoguera, aprovechando que salía la procesión alrededor de la iglesia y cementerio.
Al pasar al lado, se paraba; y se rezaban unos “páter noster” y jaculatorias; entonces en latín, que diríamos ahora “padre nuestros”; por las almas de todos los fieles difuntos.
El resplandor de las llamas de la hoguera era inmenso. Algunas veces, si hacía mucho viento, resultaba un tanto peligroso. Gracias que no había tenadas de leña próximas, y al cementerio aunque saltasen las chispas y cenizas, no había peligro; porque la hierba existente estaba muy verde.
Recuerdo como algunas de las personas de mayor edad, comentaban que con el resplandor que producía la hoguera; unido a las oraciones que se rezaban, servía para que las ánimas –almas del purgatorio- , entiendo yo; salieran del mismo y pasasen al reino de Dios, una vez limpias de sus pecados.

Los mozos, en la tarde del día de Todos los Santos; muchos años compraban un carnero a alguno de los pastores del pueblo, que después sacrificaban y preparaban  para la  cena  ese día.
Se hacía en alguna casa  deshabitada, pero con espacio suficiente para acomodar a todos los asistentes; y los responsables de la misma, con algunos amigos más íntimos; se encargaban de la compra de otros ingredientes para la preparación del carnero. Por cierto, que  de forma general y salvo excepciones; si el animal era ya muy mayor; la carne daba mucho olor a sebo; y había que saber condimentarla y prepararla muy bien, para desechar ese tufillo; y que al comerla, estuviese buena la carne.
Otros se encargaban del vino, que compraban al padre de alguno de ellos; siempre que fuera bueno, y de cosecha. Se llevaba una garrafa de 16 litros y otra de repuesto, por si hacía falta.

La cena se prolongaba hasta muy tarde, y cada cual; después de haber cenado bien y haber bebido a su gusto, intentaban demostrar sus habilidades. Se competía unos con otros en los distintos géneros: cánticos, chistes, fuerza, etc.
Todos tenía que cantar algo, y siempre había alguno que se hacía mucho de rogar; y así intentaba que la juerga se prolongase más tiempo.
Otras veces salían a la calle, para demostrar la prueba de fuerza. Agarraban algún carro por los radios de una de las  ruedas, y lo levantaban. En alguna ocasión, alguno llegaba a levantarlo tanto; que le daba la vuelta al carro, lo que producía un fuerte ruido; y todos despavoridos se marchaban, ante el temor de que saliera el dueño. Este, al día siguiente con el consiguiente cabreo; ayudado de un dogal o cuerda, que ataba sobre los radios de la rueda, que había quedado para arriba; y tirando con las vacas conseguía levantarlo.
Los chistes, cada cual contaba su repertorio, para hace reír a los demás; eso sí, todos  eran verdecitos; de lo contrario, no había juerga.

Todo hasta aquí era bueno, y sano; pero al final siempre había alguno, que por no haber digerido  bien el vino, o debido a la rivalidad en demostrar sus habilidades, se terminaba en bronca; incluso con desafíos personales. Como digo yo, gracias a Dios, la sangre no llego nunca al río.

Hubo unos años que la mocedad estaba muy dividida, y en las rondas que se hacía cantando por la calle, en las noches de los días de fiesta; si se encontraban de frente unos con los otros; ninguno cedía el paso y se terminaba a golpes.
Menos mal que siempre había alguno con más sensatez, de ambos bandos; que moderaban, y no pasaba de ahí el asunto.

Últimamente, recuerdo que este día ya se celebraba entre grupos de amigos más afines, y menos numerosos; así se evitaban los problemas. Algunas veces, en vez de regresar a dormir a casa, se quedaba en el pajar hasta el día siguiente y se continuaba por la tarde consumiendo lo que había sobrado del día anterior.
La resaca, por los  excesos que se habían hecho; comiendo y bebiendo, duraba varios días; y en el trabajo los padres siempre lo advertían. 
El rendimiento era menor, pero lo aceptaban. También ellos habían pasado por situaciones parecidas.

Arturo Galende Palacios       





                                             EL DIA DE CARNAVAL

                -Antes nuestros abuelos, decían que era el día del Entruejo. Ignoro por qué-

Por aquellos años estaban prohibidos los disfraces. Aun así, muchos se disfrazaban pintando la cara sin ocultarla, para lucir sus vistosos trajes y no menores encantos personales.
Siempre había alguno que llevaba alguna máscara guardada entre la ropa y al  encontrarse con algún grupo de confianza, la ponía para hacer más amena la fiesta y jugar a las adivinanzas.
Al final, casi siempre se daba a conocer y seguía la juerga.

Para ese día, casi todas las amas de casa, preparaban las famosas figüelas. Eran como tortitas finas, hechas de harina amasada; que se ponían en la sartén para freírlas y después se condimentaban con azúcar o miel. Estaban riquísimas.
La juventud, solo por ir a degustar las riquísimas figüelas, por los domicilios de los familiares o amigos, se vestían de carnaval, con lo que encontraran más a mano.

Recuerdo como en casa de una de mis abuelas, siempre para el día de las Candelas (2 de febrero), que era su santo; y para el día de carnaval, preparaba una cesta grande de figüelas, que después arropaba con miel de sus colmenas, y estaban de rechupete. Allí nos tenía a todos los nietos, ese día sin falta.

También se hacía en muchas casas, unos bollos especiales a base de harina, azúcar, manteca  de cerdo,  y  algún otro ingrediente que no recuerdo; y que a pesar del color oscurito que quedaba al cocerlos en el horno, estaban muy buenos y sabrosos. Con un trozo de este manjar, se merendaba estupendamente.

Siendo un adolescente, todos los años; uno de mis tíos, y sus amigos; iban a casa de mis padres a degustar el delicioso manjar.
Siempre intentaban asustarnos, y cuantas veces los más pequeños lloraban de miedo.
Vestían unas capas largas y marrones, y en la cabeza  una especie de corona; algunas con cuernos, y la cara pintada de negro o colores oscuros. Alguno llevaba postizos hasta colmillos; y unido a que si llevaban algún tridente en la mano; se parecía al demonio o a cualquier persona horripilante.
Después de la broma, se quitaban las máscaras y coronas, para contentar a los pequeños, y degustar las figüelas.

Por la tarde, ya en el baile, las máscaras se quitaban y la cara quedaba al descubierto. Al estar prohibido, podían encontrase con alguna sanción a posteriori, y nadie entonces se permitía el lujo de pagar nada por eso.

Ahora en estos tiempos que vivimos, todo ha cambiado. Las familias tienen más medios económicos y se pueden permitir el lujo de comprar mejores disfraces.
Disfrutamos de más medios audiovisuales, para observar y comparar las grandes fiestas carnavalescas del mundo entero, y de nuestro entorno; que en su mayoría resultan preciosas.
Si hay medios económicos, ya no es necesario improvisar;  solo copiar de alguno de los trajecitos o disfraces que observamos, y si nos gusta  y tenemos dinerito; comprarlo y lucirlo.

Esperemos que la recesión actual, no dure mucho; y haga que cambie el rumbo de nuestra calidad de vida.

Arturo Galende Palacios


LA VENDIMIA


  LA VENDIMIA


Recuerdos de la vendimia  en mis años jóvenes.

Hoy quiero plasmar por escrito mis recuerdos de la vendimia en mi pueblo. Así las generaciones actuales observarán la diferencia entre el antes y el ahora; es decir cómo se vivía y como se vive en la actualidad.

Por los años 1.945 y sucesivos hasta cerca de 1.960, había pocas viñas en Pueblica; si las suficientes para hacer vino para el consumo familiar y muy pocos tenían para vender  uvas o  vino ya elaborado.
Si recuerdo como algunos vinateros venían al pueblo y envasaban el vino en grandes pellejos que transportaban en carros tirados por mulas;  cuyos carros, provistos de toldos; evitaban mojarse y de otras inclemencias del tiempo.
Algunos de ellos venían desde tierras de Tábara, Aliste o Sanabria, vendiendo manzanas y castañas y de vuelta llevaban el vino que compraban, y el trigo que sacaban en la venta de sus mercancías. En aquellos años la compra-venta de la mayoría de las cosas se hacía al cambio por otros productos. El dinero no circulaba tanto como ahora.
Año tras año, se fueron plantando más viñas,  para así después vender bien uvas o vino sobrantes; y recaudar dinero para otras necesidades, que eran muchas.
La plantación de las viñas se hacía muy laboriosa, y si el terreno era duro o pedregoso, costaba mucho más esfuerzo para hacer los hoyos de plantación de cada  vid.
En las fincas que se iban a poner, se medían las distancias entre lineo y lineo, y con el arado de vertedera se marcaban los mismos lo más profundos y rectos que se podía y después se hacían los hoyos o zanjas con la azada. Se hacían unas 80 o 100 al día según el terreno fuera más o menos duro.
Los primeros años se plantaban vides de híbridos =”pimplos”, ya que los mismos empezaban a producir antes y eran más abundantes, aunque la uva era de menor graduación.
Otras viñas se plantaban con vides americanos = “bravos”, que no eran productivas; pero a los dos años se injertaban de clases selectivas, como el jerez, tintamadrid  vencía, malvasía, verdejo, etc. y de mayor graduación. Estas plantaciones son muy duraderas, pues algunas viñas, tendrán más de 100 años.
Había otros que las vides ya selectivas las plantaban directamente en los hoyos, así al año ya comenzaban a producir, pero así plantadas tienen menos años de vida.
Todos los vecinos ponían especial empeño, al plantar las vides, para que quedasen bien alineados; de arriba abajo y de izquierda a derecha.

La vendimia se hacía en parejas, con unas talegas o cestos de mimbre. Se iba de lineo en lineo, agarrando la talega por las asas uno a cada lado; y cortando las uvas de cepa en cepa hasta llenarla, y luego llevarla a hombros al carro, bien a los cestos grandes o talegones; o  a granel, hasta llenarlo.
Cuando se iba vendimiando, si alguna pareja le tocaba alguna parra grande de híbridos; se eternizaban allí cortando las uvas, mientras las otras parejas seguían adelante, mofándose cariñosamente de los rezagados.
Por lo general, la vendimia se hacía uniéndose varias familias, máxime si eran pocas personas; así se hacía más amena la faena y no resultaba tan pesada, sobre todo si el tiempo estaba de lluvias. Cuantas veces mojados, había que terminar la viña y regresar a casa lloviendo. Los paraguas y chubasqueros no se conocían entonces por el pueblo. Se utilizaban mantas, capas o anguarinas, que cuando se mojaban, pesaban mucho, e impedían  realizar el trabajo con soltura.
Cuando las viñas eran grandes y las cepas selectas, se llenaban las talegas enseguida y por consiguiente los carros, bien a granel o con talegones, y daba gusto vendimiar.
Antes de hacer la concentración parcelaria, las fincas eran  pequeñas. Para llenar el carro de uvas, había que ir de una viña a otra; lo que suponía una pérdida de tiempo, que era aprovechado por los jóvenes para darse las lagareadas unos a otros, si se podía; bromas que se gastaban entre el grupo, para que el trabajo resultase más ameno.

Los carros eran unos de bracera y otros de viga, éstos un poco mayores y de más consistencia. Los primeros llenos de uvas rondaban los 1.000 kilos a granel y si se ponían talegones, cabían 8 ó 10; y los de viga a granel  hasta 1.200 kilos y 10 ó 12 talegones. Los talegones venían pesando desde 80 hasta 100 kilos, que después había que descargar desde el carro, al zarcero de la bodega para pisarlas en el lagar y hacer el mosto, y las que se vendían subirlas al camión.
Antes de comenzar a ir los camiones al pueblo, había que transpórtalas en los carros hasta Santibáñez de Tera, y se vendían en la bodega del Sr. Chana.
 Recuerdo como había que madrugar el día que se llevaban, y varias veces se iba en caravana de hasta 10 carros.
 Ya en el lugar, unos y otros se ayudaban en la faena de descarga; los que más podían cargaban los talegones a la espalda y los llevaban al lugar designado por el bodeguero. Me acuerdo que los primeros años acompañaba a mi padre y como era muy joven y no podía con los talegones, me ponían al lado del pesador e iba tomando notas individuales de los pesos de cada uno, para evitar que nos engañaran. Cuando ya podía con los cestos, cargaba con ellos, y ayudaba a los demás; y mi padre iba colocando los cestos en el carro, para que los fuésemos llevando al depósito de descarga.
Generalmente iban personas ya mayores, y los mozos, nos dábamos la paliza al que más podía para terminar cuando antes el trabajo y regresar todos a casa.

Pasados unos años, al haber más viñas y muchas más uvas, comenzaron a venir camiones al pueblo, y las llevaban para  las bodegas de Benavente, León, incluso para la región gallega.
Algunos días, las colas en la plaza a la espera de camiones, se hacía interminable. Luego había que pesar los talegones y subirlos al camión.
Los días de lluvia, la plaza se llenaba de charcos y barro, de los roderones que hacían los carros. Aun así, había que realizar los trabajos de carga y descarga. No importaba mojarse ni pisar barro.
Como ya desde hace bastantes años, las calles y plazas están cementadas, no existen esos problemas.
Algunos vecinos que no tenían talegones, las llevaban a granel en los carros. Allí intentaban ajustarlas por alto con el comprador, y si se ponían de acuerdo en el peso; seguidamente palearlas desde el carro al camión. Si no había acuerdo, había que meterlas en talegones y seguir el proceso ya citado, con el consiguiente trabajo y pérdida del peso del mosto que se derramaba.

Cuando instalaron  la báscula en el pueblo, fue un gran descanso para todos; ya se echaban las uvas a granel en los carros y tractores, aunque todavía había que palearlas a mano al camión.
Últimamente las uvas se recogen en cajas más manejables, y se hace mucho más llevadero el trabajo. .

Durante los días de vendimia, si el tiempo no era lluvioso, se pasaba muy bien.
Se unían distintas familias, ayudándose unas a otras; sobre todo si en la misma bodega  se pisaban las uvas para hacer el mosto.
Cuando se terminaban las de uno y el lagar quedaba libre, se comenzaba con las del otro.
Nuestra bodega, como otras varias no tenía lagar; había que transportar el mosto unos 200 ó 300 metros, en bidones y calderos, trabajo que resultaba pesadísimo. Años más tarde compraríamos otra bodega, está ya con una pequeña prensa, y resultaba el trabajo más llevadero; incluso desde el lagar por medio de unos canalones, iba el mosto directo a las cubas.
Podría describir el proceso de elaboración del mosto, y la composición y funcionamiento de las vigas y prensas que se utilizaban; pero como aún existen y todos los que lo deseen pueden verlo, no lo creo necesario.

Me centraré ahora, en cómo nos divertíamos la juventud, en los días de vendimia.
Cuando ya se había terminado en cada casa, los jóvenes se iban a ayudar a otras familias o amigos, totalmente gratis, solo por la manutención. –No había jornales que pagar, solo agradecimientos mutuos-, trueques que se hacían a cambio de otros trabajos, -acarrear leña, arar alguna finca .etc.-

Como ya he comentado, el trabajo se hacía de dos en dos; que generalmente eran los dos que más simpatizaban del grupo. Así lo pasaban mejor durante la jornada y las siguientes si no se terminaba. También, así se defendían de las sorpresas que pudieran venir por detrás, avisando uno al otro; caso que pretendieran darles las lagareadas, alguno de las otras parejas.

Se pretendía demostrar quienes vendimiaban más, y a porfía se andaba todo el día; intentando no quedarse rezagados. De ahí que cuando alguna pareja le tocaba vendimiar algún híbrido, y se retrasaba; el resto se mofaba cariñosamente de ellos, como también  he comentado.

Lo más alegre y simpático era el hecho de darse las lagareadas. Difícil era que ninguna de las personas jóvenes, durante la jornada; se librase de que le frotaran la cara, con las uvas más tintoreras que hubiera en la viña. Eso sí, había que esperar la mejor ocasión para sorprender a la víctima, puesto que nadie se ofrecía voluntario a recibirlas.
Menudas carreras se hacían cuando alguno se había librado, para conseguir agarrarlo; y frotarle la cara a conciencia, con las uvas.
Salvo excepciones todo se hacía sin interferir en el trabajo. En los descansos que se hacían, y con la mejor intención de pasarlo bien.
Recuerdo, como en una ocasión, fueron a ayudar a mis padres, varias chicas jóvenes; algunas, unos años mayores que yo. A mí ya me habían dado las lagareadas al igual que yo a ellas; pero había una que era imposible sorprenderla y se mofaba de todos los demás. Siempre estaba a la defensiva. Después de la comida y descansar todos un  poco, cogí con disimulo unas uvas tintas del carro, y me a fui acercando a donde estaba; pero se dio cuenta y comenzó a correr. Corrí  detrás de ella hasta que la agarré, y por detrás le frote las uvas en la cara. Los demás me aplaudieron; pero cuando llegamos al grupo, mi padre, que debido a la distancia pensó que se las había dado en el pompis, me echó una buena regañina. Menos mal que todos salieron a  mi favor, diciendo que todo era una broma.

El día más divertido era el de la vendimia de uno de los abuelos. Nos reuníamos 6 familias, todas ellas con varios jóvenes y ganas de juerga. Ya desde primeras horas del día, había que tomar precauciones; sobre todo si se comenzaba por una de las viñas, que todas las parras eran híbridos, de lo más tintoreros que existían. Todos tenían que terminar con la cara morada, y si alguno se resistía, había que a carrera, agarrarlo, y frotarle la cara con las uvas.
En ocasiones, alguna de las mozas, nos engañó; pues ella misma se pintaba ya la cara, para evitar la posibilidad, de que se le manchase la ropa  que llevaba puesta.
La comida, si el tiempo lo permitía, se hacía en el campo; aquello era una fiesta. Muchas veces tenían los padres que llamarnos al orden, para continuar la vendimia y terminar la faena.
Al atardecer, llevábamos las uvas en los carros para la bodega; se descargaban, y los padres regresaban a casa con  el carro y los animales, para darles de comer.
En la bodega, siempre quedaba uno de los padres, y la mayoría de los chicos para pisar las uvas, e iniciar las operaciones de funcionamiento de la viga, para la elaboración del mosto.
Las chicas no quedaban, pues se comentaba que no era buena su intervención pisando las uvas, si en aquellos días  alguna tenía la menstruación.
Una vez ya pisadas las uvas, y colocadas en un montón en el lagar; se ponían encima tableros de presión; iniciándose el proceso de maniobra de la viga para exprimirlas, y se dejaba hasta la mañana siguiente.
Allí andábamos a porfía los mozos, para darle a la manivela del uso; y levantar la piedra unida al mismo, que podría pesar más de 1000 kilos.
Para la cena, había que habilitar una habitación de comedor. Nos reuníamos más de 30 personas. Siempre tenía cebado para esa fecha un cordero, y a base de conejos y pollos que cuidaba la abuela, se hacía una gran fiesta. No faltaban los comentarios del día sobre las lagareadas y la mofa de algunos de ellos, que por alguna razón no habían acudido a vendimiar. Más de una vez, recibirían las lagareadas por la noche, para que abandonaran la burla.
Uno de los tíos tenía una gramola y con ella se amenizaba, la juerga después de la cena; a lo que se unían los cánticos de una de las  primas, que lo hacía muy bien.

En aquellos años eran pocos los medios que había,  pero nos lo pasábamos estupendamente. Las familias eran más solidarias entre si y se sentían más unidas para todo.


Antes de finalizar, quiero indicar como averiguaba yo, la capacidad de las cubas que había en las bodegas, por si alguno ya no se acuerda y desea hacerlo.

Lo aprendí en la enciclopedia de Grado Superior de “Antonio Fernández Rodríguez”; que compraría por mi cuenta después de finalizar el periodo escolar, para ampliar mis conocimientos.

AFORO DE UN TONEL. Para aforar una pipa o tonel se mide por medio de un listón graduado, la distancia que hay en decímetros, desde el centro de la boca del tonel hasta el punto más distante a la misma –el punto medio inferior de la unión del témpano y las tablas del tonel-.
Se eleva al cubo esa cantidad, y el producto se multiplica por 0,625, resultando del producto de esta operación la expresión en litros de la capacidad del tonel.


NOTA. Si la forma de las pipas se separase mucho de la ordinaria, habría un cálculo de error, por exceso o por defecto. Sería por exceso si la forma se aproximase a la cilíndrica, y por defecto si el diámetro de la boca (diámetro mayor o de la barriga) fuese mayor que el que tienen ordinariamente estos envases.
En ambos casos los errores pueden corregirse fácilmente, rebajando, en el primer caso, el 1% de la capacidad obtenida, y añadiéndola en el segundo.


Es posible que ahora lo hagan por otros métodos más exactos y avanzados, pero entonces y en mi caso me valía.

Arturo Galende Palacios

LA MATANZA


 LAS MATANZAS


En principio hablaré de cómo se criaban, y cebaban los cerdos para la matanza, en nuestro pueblo.

Por lo general, a excepción de alguna persona muy pobre, algún funcionario y el sacerdote; todos los vecinos cebaban algún cerdo, para hacer la matanza a su tiempo.

Se compraban los gurriatos o cerditos de pequeños, al destete; casi siempre en los primeros meses del año, y se iban criando poco a poco con los desechos y desperdicios de la comida y verduras, acompañados del salvado de los cereales, que quedaba al moler el trigo.
Cuando se iba al molino, la harina buena o cernida, se recogía aparte; y servía para amasar y hacer el pan, blanco y bueno, para alimento de los humanos.
Los desperdicios o salvado, así como la harina del centeno y cebada, se utilizaba para alimento de los animales.
Cuando los cerdos eran ya un poco mayores, “llareros” les llamaban; se cocían en un bidón patatas pequeñas que no valían para pelar, remolacha forrajera, berzas, zapallos, etc.; incluso excrementos del ganado vacuno, caballar y asnal.
En la primavera, cuando el ganado se llevaba a la zona de pastizal del pueblo; muchísima gente iba a donde pastaban los animales, recogían los excrementos en calderos; y los llevaban a casa para echarlos a los cerdos, envueltos con otros alimentos.
Cuando se veía que un animal  evacuaba, la gente corría  y trataba de recoger lo que podía, cadajones y muñicas.
Fijaros que entonces no había dinero para guantes, si es que existían. Bueno, si para los ricos y de ciudad, pero en los pueblos ni se veían; así que con las manos se apañaban. Menos mal que el arroyo pasaba por medio del pastizal y siempre había agua para lavarse. No recuerdo que hubiese ningún caso de infección por estos hechos.

En los meses de Octubre y Noviembre, cada vecino iba al campo y monte a recoger las bellotas de sus encinas y sardones; así tendría para el final de la ceba de sus cerdos, puesto que se aproximaban las matanzas.

Si el tiempo venia de heladas y frío, a mediados de Noviembre, comenzaban las matanzas, y se prolongaban durante los meses de Diciembre y Enero; incluso hasta mediados de Febrero, si el tiempo frío y heladas lo seguían permitiendo.

Todo el que podía cebaba un par de cerdos, que podían llegar a pesar unos 130 kilos; si bien de forma general los mejores eran los que pesaban entre 110 y 125 kilos. Eran más tiernos.
Si alguno era de mayor peso, se debía a que se hubiese dejado para criar el primer año. Las cerdas después pesaban mucho más y era más dura la carne. Igualmente pasaba con los machos, “verrones”, que eran los que dejaba algún vecino para cubrir las cerdas para la cría.

En aquellos años, la matanza era fundamental. Era el principal alimento de subsistencia para las familias; unido a otros productos del campo.
Si algún vecino tenía la desgracia de que se le murieran los cerdos; ese año tenía problemas para el sostenimiento familiar. Era muy difícil que pudiera  comprar uno, y aunque así fuera, nunca le llenaba el vacío dejado por los suyos.

En los últimos años que yo recuerdo, algunas familias dejaban alguna cerda para cría. De los gurriatos, siempre dejaban los que necesitaban para criarlos y cebarlos; y el resto los vendían a otros vecinos, o iban a los mercados de Benavente o Tábara. Así aumentaban los escasos ingresos de aquellos tiempos.

El día anterior a la matanza por la noche, no se echaba de comer a los cerdos; así al día siguiente las tripas estarían más limpias, y habría menor riesgo de romperse al lavarlas.
Se preparaba el banco, las cuerdas o grilletes para sujetarle manos y boca, y se afilaban los cuchillos.
Se traían los encaños, “pajas largas de centeno” que, en manadas y ardiendo; servían para chamuscar las cerdas del animal.
Por la mañana temprano, las mujeres preparaban los utensilios para recoger la sangre de los animales; y calentaban abundante agua para lavar la piel, después de quemadas las cerdas.
Recuerdo que para que soltasen las pezuñas, había que darle mucho calor. Creo era lo más duro de pelar.

Las familias que no reunían fuerzas suficientes para matar los cerdos, se unían con otros familiares o amigos; así se hacía más popular el día y resultaba más divertido.
En mi casa, siempre iba en nuestra ayuda, mi prima Laureana. Tenía una  gran fuerza. Entre ella y yo sujetábamos el cerdo y mi padre era el matachín. Yo también iba a la matanza a su casa, y ayudaba en lo que podía; aunque era menor que ella.

Antes de salir el cerdo de la pocilga, había que atarle la boca y una pata; para evitar alguna mordedura, y que al salir, no corriera demasiado. Se agarraba  por las orejas, uno de un lado y otro del otro; y otro sujetaba la cuerda para que no corriera. Así se neutralizaba, y se llevaba al banco del sacrificio.
Era muy importante acertar a clavar el cuchillo en el lugar adecuado, pues de ello dependía que sangrara bien; y que la carne estuviese limpia de sangre.
Si alguna vez no se acertaba, después de abierto el animal; había que sacar toda la sangre coagulada, y lavarlo. Además el animal, sufría mucho más; puesto que su muerte era más lenta y prolongada.
La sangre, alguna se utilizaba para hacer morcillas; y el resto después de cocida se repartía entre los familiares y personas más necesitadas; en unión de un trocito de hígado y alguna grasa para condimentarla.
Una vez muerto el animal, se procedía a chamuscarlo con las pajas de centeno ardiendo, para quemar las cerdas; procurando que la piel no se quemara demasiado, primero de un lado y después del otro.
Luego se limpiaba y lavaba con agua caliente, frotando con una teja o ladrillo; finalizando la faena con agua limpia y el filo del cuchillo; así quedaba limpísimo.
Cuando se estaba chamuscando, casi siempre; a uno de los cerdos, se le cortaba un trozo del  rabo. Era lo primero que comíamos, estaba muy rico.
Aún no había inspección veterinaria. Años más tarde, ya no se podía hacer; hasta que el veterinario no lo autorizaba.
Antes de abrir el animal se pesaba, y se dejaba la romana preparada para después pesarnos todo el que quisiera.
Una vez abierto en canal, se procedía a extraer  las vísceras, separando unas de otras. El hígado para el reparto familiar, y el páncreas para picarlo al día siguiente, con la carne de menor calidad; y hacer chorizos que después de curados, se comían solo con los cocidos que se hacían. Crudos no sabían muy bien.
Las tripas se echaban en una o dos talegas, y esa misma mañana, después de quitarle la grasa que tenían unidas; se  iba a  lavarlas al charco.
Después de todo este proceso, abiertos en canal; se ataban con el sobeo o alguna cuerda por el hueso trasero, y se colgaban boca abajo. Se adornaban con el manto de  grasa o manteca, colocado sobre las patas traseras y se dejaban enfriando hasta el día siguiente.
Mientras  alguno hacia esta operación, otros ya preparábamos la vejiga, le dábamos aire y nos servía de balón para jugar y quitar el frío. Otra de las vejigas, se ajustaba a un bote, y con una paja atada; se subía y bajaba y sonaba como si fuese una zambomba.
A continuación nos íbamos a lavar las tripas al arroyo “Zamarrilla”. Buscábamos un hoyo con abundante agua; y unos con las tripas gordas y otros con las delgadas, intentábamos hacerlo lo más pronto que se pudiera.
A veces el agua estaba  con hielo gordo, y había que partirlo; pues aunque  estuviese muy fría, había que aguantar.
 Mientras las mujeres terminaban de lavar las tripas delgadas, y el botillo o estómago del cerdo, que era  lo que más se tardaba; los más jóvenes ya buscábamos la forma de quitar el frío de alguna manera.
Jugábamos al balón con la vejiga, a manotazos sobre la ropa; o bien jugando unos con otros, a cualquier cosa que se nos ocurriera.
Los que llevábamos puestos chancros, nos tirábamos a resbalar sobre el hielo, y alguno terminaba mojándose, al no controlar bien,  y llegar al punto donde el hielo no aguantaba; y se hundía.
En tal caso la juerga era segura, y aunque cogiera un buen catarro; al regresar se hacía un buen ponche de vino y miel, lo más caliente que aguantara, y ese era el remedio de entonces.

De regreso la comida ya estaba lista, toda vez que el ama de la casa con alguna de las abuelas, se había quedado preparándola.
Un buen cocido castellano, con lacón y las orejas del cerdo del año anterior y un buen trozo de chorizo si  aún había. Siempre se preparaban unas berzas de asa de cántaro, para añadir al cocido, todo aquel que así lo quisiera; y estaban muy ricas.
Para la cena, se solían poner unas alubias blancas, que se habían adquirido al trueque, cuando se iba a vender cerezas por los pueblos del valle del Tera -dos kilos de cerezas por uno de alubias-, según estuvieran los precios del día.
También se ponía bacalao, que se habría comprado, en el comercio del pueblo; o al señor Timoteo, que venía una vez a la semana en venta ambulante, recorriendo los pueblos del valle de puerta en puerta, desde Aguilar de Tera, donde tenía su residencia.
El bacalao con patatas en una cazuela de Pereruela, estaba riquísimo. Si era solo, bien preparado estaba mucho mejor; pero resultaba demasiada cara la cena, y no había para tanto.
Aquellos años, bien fuera en el comercio de Remedios o el señor Timoteo; recogían  los huevos que en cada casa sobraban, y a cambio;  se le compraban otros artículos que se necesitaban.

Recuerdo como antes de comer y después, nos pesábamos para ver quién era el que había comido más. Entre los jóvenes andábamos a porfía a ver quién había comido más o pesaba más. La rivalidad entre unos y otros, hacía que alguna vez se llegara a hacer una pequeña trampa.
 Se guardaba un trozo de hierro entre la ropa, para lograr superar a alguno de los más glotones.
 Al final todo se aclaraba y todo se tomaba a broma. Así la alegría de las familias se prolongaba más tiempo.
De esta manera, y jugando a las cartas; pasábamos el rato hasta la hora de ir para casa.

Durante la tarde, íbamos al monte más próximo a buscar leña; para hacer la hoguera, que como tradición se hacía en la calle; a la puerta del que había hecho la matanza.
Entre todos los vecinos, que aquel día habían matado los cerdos; se andaba a porfía, a ver quién hacia mejor hoguera; pues los mozos, pasaban por la noche por todas ellas; y en la que más durara, estaban más tiempo y siempre había más diversión.
Antes de marchar todos, se extendía la ceniza hacia los lados, y se pisaba; incluso se orinaba para apagar la lumbre que quedaba.
No obstante, si la noche estaba ventosa, se sacaba un cubo de agua y se apagaba bien.

Al día siguiente por la mañana, se libraban los cerdos de sus colgaduras del día anterior; y se procedía al despiece de los mismos.
Se separaban las piezas unas de otras: La carne para picar y hacer chorizos, y el resto, jamones, paletillas, tocino, y demás;  se echaban en sal para su conservación.
Cuando se estaba deshaciendo el cerdo, siempre se cogían unos trocitos de carne  para asarlos y comerlos calentitos, y sabían de rechupete.

Una vez picada la carne para los chorizos, se echaba en la artesa o dornajo. Preparaban el adobo a base de pimentón, sal y agua; y se envolvía con la carne, que dejaban macerar uno o dos días, y después se hacían ya los chorizos.
Después de curados, que buenos estaban.
Muchas familias también echaban en adobo alguna costilla y huesos; y a los dos días, se comían con patatas y sabían muy bien.
El resto de los huesos, jamones, paletillas y tocino, se echaban en sal para que se conservaran; así se iban comiendo poco a poco durante todo el año.

La manteca o grasa del cerdo, ese mismo día se picaba y se derretía al fuego en una caldera de cobre, y después se echaba en tinajas o cangilones; donde cuajaba, y valdría como condimento para las comidas, durante todo el año.
Aquellos años el aceite resultaba muy cara,  (3 ó 4 Pts. litro), y muchas familias tenían que arreglarse con la manteca del cerdo.
Después de escurrir la grasa de la caldera, quedaban los coscaritos y con parte de ellos y migas de pan, azúcar o miel, se hacían los coscarones, que estaban muy ricos. Estos también se iban a repartir entre los familiares y amigos, para que los degustaran.
Con ellos hacíamos bolas, que luego íbamos comiendo  de camino a la escuela.
Algunas familias con el resto de los coscaritos, y azúcar; hacían unos bollos especiales que también sabían muy buenos.



Arturo Galende Palacios


FRASES ESPECIALES


FRASES ESPECIALES

Mi artículo de hoy, versará sobre frases recogidas en mi juventud, de una serie de libros cuyo nombre y autor no puedo recordar, pero que en su momento seleccioné todo ilusionado, por su expresividad, y que aún conservo en mi cuaderno de notas.

Generalmente son piropos refinados, dedicados a las señoritas, quizá para intentar enamorarlas; aunque hay algunas frases, que pueden rozar el pensamiento filosófico de sus autores.
Sin más preámbulos ahí van mis notas:

Dios no quiera que bajo el peso de tu mismo orgullo, ruedes al profundo abismo, acaso más enferma que culpada.
¿Dime?, entre tanta hipocresía, falsedad, insidia, felonía, ¿no ha de haber un espíritu valiente?
¡Cuántos sueños de gloria evaporados! ¡Cuánta ilusión perdida en el vacío! ¡Cuántos corazones abnegados!
Y como si acaso yo no fuera comprendido, todo mi querer, idolatría y devoción, cruje, vacila y se desploma. ¿Quieres más deslealtad y perfidia?
Tengo perdida la calma por tanta soledad, y el corazón cubierto de penumbra.
Lamentaría que tuvieras que arrepentirte, piensa que lo sentirás si dejas morir la “mies”; te advierto, yo no ando nunca hacia atrás. No te arrepientas después.
No me extrañaría que sin luz ni guías, tus humanos instintos se desborden, por seguir la senda tan errónea de la vida.
Qué triste es el vivir cuando hay lamentos, por no ser correspondidos los que aman.
De aquellas juveniles alegrías le ha quedado a mi corazón solo un gemido. ¿Para que me haces concebir las ilusiones si después no soy correspondido?
Le doy a Dios las gracias por haberte perdido, porque así he perdido el receloso miedo de perderte. Celebraría no haberte conocido.
Miré tu talle esbelto y fulgurante como índice que señala al infinito, y tú ensoberbecida, me has dicho que había elegido mal el camino.
 ¿Por qué te empeñas en destrozar mi alma?, o ¿acaso el cariño no merece ser correspondido?
¡Oh, qué bonita eres! la primera vez que te vi, vi como bajo el peso de sibilante brisa que asesina, yergues tu talla escultural y fina, lo mismo que un relieve impreso en el confín.
Vi como tus labios engreídos por sus mórbidos hablaban cual música divina, y halagadores me fingían infinitos y solitarios besos.
En mis desolaciones, ¿Qué me espera?
No es eterno el sufrir, la fe consuela, y también es foco de la vida la esperanza.
Yo tengo triunfos breves; mis derrotas son largas.
 Eres demasiado dura conmigo porque dices que no necesitas nada, pero quizá un día no muy lejano te arrepientas y esto te pueda servir de sentencia, “amor con amor se paga”.
Ya sé que te tienes por algo que fascina, por algo no existente que arrebata, en una palabra vanistorio.
Procura orgullecida no te despeñes y caigas como deslumbrante catarata.
Ya ves cómo te quiero, que aún en mi melancolía y fracaso, he tenido la fuerza que se necesita para evitar que tu arrogancia se vea fracasada; motivos que tanto significan para mí, que la he tomado como propia.
No te das cuenta que quien vive deprisa, no vive de veras y quien no echa raíces, no puede dar frutos.
Me pareció aprender a tu lado, en que se funda la dicha más perfecta, y para hacerla mía, he querido que seas mi compañera.
¡Qué días y que noches. Con cuanta lentitud las horas ruedan…
¡Cuánto necesitaría aprender para darte a expresar mis sentimientos!
La tormenta es presagio de bonanza; del  desengaño nace la experiencia; de la duda la ciencia, y del triste infortunio la esperanza.
Bullen en el seno de la muerte, los gérmenes fecundos de la vida.
La gloria es grande si la dicha es fuerte.
La religión se prueba en el martirio, la virtud es combate turbulento.
El amor surge del incendio de las almas.
En el fondo del mal, el bien palpita.
Lo que quiero, te lo voy a decir porque te quiero; es lograr tu amor niña hechicera, después que me juzgue la gente como quiera.
Hoy gimo en mis desolaciones, separado de ti misma, por el tiempo, el destino y la distancia.
Tu talle esbelto y ágil, fino y lánguido, me pareció hermosísima amapola.
Cuando te vi en el baile, eras alta, eras fina, eras lánguida y hasta eras arrogante; esto pensé para mí mismo y hasta me hice la ilusión de que podría enamorarte.
Caminar entre sombras, es lo mismo que dar vueltas mal seguras, en el fondo sin fondo de un abismo.
Mil veces intenté quedar dormido, mas fue inútil mi empeño; admiro a una joven y es sabido que a mí, tu admiración me quita el sueño.
Y después de sabido esto, resultaría en vano que amores pretendiera. Sería como un niño que quiere alcanzar la luna con la mano.
Te lo digo con franqueza, yo os amo, sí; deja que mi lengua habladora te repita esta voz tan repetida.
Siento decir lo que te digo, pero ¿quieres que te  engañe yo también?
Se ama una vez en la vida sin medida, y aún después se vuelve a amar sin tino, más de dos; ¿te das cuenta cuán versátil es la vida y cuán vano es el destino en que se funda nuestro amor?
¿Qué es sin ti, para mí el mundo? Un valle de lágrimas; ¿y contigo? Un edén.
De cuantos tormentos he sufrido, es esta ausencia el más atroz.
Mujer, mujer en quien puse el alma y el corazón, sin que yo te diera un beso, por respetar tu pudor; mi juventud  se pasó. A flor de labios te tuve, y aquel beso no estalló. Ahora cada vez que lo pienso, se me parte el corazón.
No quieres estar bonita, pues no tiembles que yo te compraré un corpiño con la pompa del armiño, para tus senos triunfales.
Qué a gusto daría la vida, por una hora de tu amor, por un sueño de tu gloría.
Tu eres alma deliciosa, gracia adolescente, un delicado cuerpo femenino, que te perdiste  en la sombra eternamente; y yo hube de seguir solo el camino.
Cabalgas sobre ------ años por la vida y aún no sabes conducir tu corcel.
Tus labios tienen la sombra de una tristeza infinita. ¿Quién te apena, acaso es un amor oculto, que se burla así de ti? Dale cabida al mío, que es sincero; verás cómo vuelve la esperanza hasta tus ojos, y recubrirán tus labios ese bonito rubí.
No finjas pensamientos que no sientes. No sientas con fingidos sentimientos.
Es tu silvestre hermosura, admiración y pecado, al más justo atrae, y altera  tu figura.
Es ánfora tu cintura cimbreante y apretada, que la encuentro sobre tu firme cadera modelada.
Ahora que me acuerdo, creo que hasta te debo la costumbre insana de hablar solo.
Son tus ojos ----- luminosos y tranquilos, que además de tener la inquietud de los luceros, poseen la solemnidad de los cirios.
¡Cuánta ilusión malograda y cuánto llanto vertido! ¡Qué generoso latido para tan triste jornada!
Cada vez que me acuerdo de tu ingratitud para conmigo, el corazón me flaquea de tanto como ha latido.
Das motivo a que empiece a vacilar mi confianza y el miedo de perderte me haga ser supersticioso.
Indómito he luchado, ¿y que he sido?, ¿héroe o tigre, pensamiento o rabia?
Cada vez que pienso en ti, voy como si fuera preso; detrás camina mi sombra, delante mis pensamientos.
Si tú amaras y no fueras querida, sería para ti un triste desplacer; mas ¿qué tormento o pesar te puede, niña, causar ser querida y no querer?
No seas egoísta, compara con tu vida el pensamiento.
Quizá seas demasiado mujer para dejarte vencer sin quererlo.
No te sientas infatuada (orgullosa), si hasta estoy avergonzado de tu obesa figura.
¿Qué es lo que lleva más llevadera la vida del hombre? La mujer. ¿Por qué luchamos? Por la mujer. ¿Por qué tratamos de sobrevivir entre nuestros semejantes? Por una mujer. ¿Con quién compartimos nuestras penas, nuestras alegrías, todas las vicisitudes de nuestra existencia? Con una mujer.
Sí amigos, la mujer es todo para nosotros. Sin ella estaríamos perdidos.
Un día me formé un tipo de mujer, que creí seria el ideal si la suerte me ayudaba a remontar tantas adversidades, pero ese tipo ideal se desvaneció, convirtiéndose en un sueño.
Las mujeres reniegan y despotrican de ciertos tipos, para luego ir a caer precisamente en uno de aquellos, de quienes han dicho más pestes y horrores.
No olvides que sólo amarás bien, si amas llorando (de alegría).
Apenas me encontré contigo, ya distinguí el ápice de tu vanagloria.
Es inadmisible tu forma de ser y tus gestos furibundos.
Hubiera preferido seguir fuera gozando del romántico claro de la luna.
Y aunque no ignorabas que yo lo sabía todo, tuviste la desfachatez de confesar.
No será que te burlas en el fondo, de tus mismos pensamientos.
Eres hermosa de verdad, violenta, despiadada… un ángel que parece bueno y malo al mismo tiempo.
A tu carácter, lo comparo con la fruta del maracá; áspera por fuera y dulce por dentro.
¿Quieres que te sea claro y te diga mi opinión? Representa tu carácter los modales de una niña veleidosa, mal educada, pero de buenos sentimientos.
Me sentiría molesto que por tus vanas apariencias, llegaran a calificarte como a una mujer “cursi” y vulgar señorita.
No creas que soy uno de esos hombres que ofrecen una supuesta felicidad ñoña y sin horizontes, ni consentiría que te encerrasen en la cínica y dorada cárcel de sus prejuicios.
Eres más digna de lástima que de perdón, porque tu vanidad y tu infantilismo, son del mismo calibre.
Aunque en nuestras relaciones no haya habido aún, nada erótico; nada impide que ya mutuamente nos profesemos un eterno y agraciado cariño.
Mi estado de erotismo hacia tus gracias y virtudes personales, me tienen obstruido por completo.
¿Qué es la ciencia sin fe? Corcel sin freno.
¿Cuál es la persona más peligrosa? La mentirosa.
¿Y el regalo más bello? El perdón.
¿Y el sentimiento más ruin? El rencor.
¿Y la cosa más bella de todas? EL AMOR

Y ya para terminar, diré:

Los enamorados prefieren a veces una carta de amor, a las frases amorosas que oyen de la boca del ser querido; el papel es mucho más elocuente, y repite las palabras que se le consultan; la voz se pierde en el espacio, y la carta se guarda en el pecho; cerca del corazón. Las palabras no comprometen, pues arrastradas por el viento no se sabe dónde van a parar, y el papel es un testigo mudo, que habla en silencio y que recoge las impresiones de la efusión. Un beso de amor estampado en el papel, pasa desapercibido para todo el mundo; sólo el amante recoge el aroma que ha exhalado allí el alma.


Arturo Galende Palacios