miércoles, 27 de febrero de 2013

TODOS LOS SANTOS Y CARNAVAL


EL  DIA DE TODOS LOS SANTOS


Hace unos días indicaba, que según fuese recordando les iba a comentar sobre otros días populares que se celebraban en Pueblica, sobre los años 1.950. Pues bien hoy sigo con alguno de ellos.


El día de Todos los Santos, era festivo en nuestro pueblo. La mocedad  en su mayoría, y con anuencia del Alcalde, iba al monte comunal denominado “Los Penosillos”, a buscar un buen carro de leña, (jaras, roble y encina).
Lo traían al pueblo y lo depositaban en un montón al lado del antiguo frontón, donde hoy se halla el depósito viejo del agua y sobre una de las paredes del antiguo cementerio; para hacer la hoguera el día de difuntos.

El día siguiente era dedicado a los fieles difuntos, y culminaba con la novena que durante 9 días se celebraba en la iglesia; y en la que aparte del Rosario  y jaculatorias de petición sobre los difuntos, también había algunas cantoras, que dedicaban canciones piadosas a los mismos.
Ese día se encendía la hoguera, aprovechando que salía la procesión alrededor de la iglesia y cementerio.
Al pasar al lado, se paraba; y se rezaban unos “páter noster” y jaculatorias; entonces en latín, que diríamos ahora “padre nuestros”; por las almas de todos los fieles difuntos.
El resplandor de las llamas de la hoguera era inmenso. Algunas veces, si hacía mucho viento, resultaba un tanto peligroso. Gracias que no había tenadas de leña próximas, y al cementerio aunque saltasen las chispas y cenizas, no había peligro; porque la hierba existente estaba muy verde.
Recuerdo como algunas de las personas de mayor edad, comentaban que con el resplandor que producía la hoguera; unido a las oraciones que se rezaban, servía para que las ánimas –almas del purgatorio- , entiendo yo; salieran del mismo y pasasen al reino de Dios, una vez limpias de sus pecados.

Los mozos, en la tarde del día de Todos los Santos; muchos años compraban un carnero a alguno de los pastores del pueblo, que después sacrificaban y preparaban  para la  cena  ese día.
Se hacía en alguna casa  deshabitada, pero con espacio suficiente para acomodar a todos los asistentes; y los responsables de la misma, con algunos amigos más íntimos; se encargaban de la compra de otros ingredientes para la preparación del carnero. Por cierto, que  de forma general y salvo excepciones; si el animal era ya muy mayor; la carne daba mucho olor a sebo; y había que saber condimentarla y prepararla muy bien, para desechar ese tufillo; y que al comerla, estuviese buena la carne.
Otros se encargaban del vino, que compraban al padre de alguno de ellos; siempre que fuera bueno, y de cosecha. Se llevaba una garrafa de 16 litros y otra de repuesto, por si hacía falta.

La cena se prolongaba hasta muy tarde, y cada cual; después de haber cenado bien y haber bebido a su gusto, intentaban demostrar sus habilidades. Se competía unos con otros en los distintos géneros: cánticos, chistes, fuerza, etc.
Todos tenía que cantar algo, y siempre había alguno que se hacía mucho de rogar; y así intentaba que la juerga se prolongase más tiempo.
Otras veces salían a la calle, para demostrar la prueba de fuerza. Agarraban algún carro por los radios de una de las  ruedas, y lo levantaban. En alguna ocasión, alguno llegaba a levantarlo tanto; que le daba la vuelta al carro, lo que producía un fuerte ruido; y todos despavoridos se marchaban, ante el temor de que saliera el dueño. Este, al día siguiente con el consiguiente cabreo; ayudado de un dogal o cuerda, que ataba sobre los radios de la rueda, que había quedado para arriba; y tirando con las vacas conseguía levantarlo.
Los chistes, cada cual contaba su repertorio, para hace reír a los demás; eso sí, todos  eran verdecitos; de lo contrario, no había juerga.

Todo hasta aquí era bueno, y sano; pero al final siempre había alguno, que por no haber digerido  bien el vino, o debido a la rivalidad en demostrar sus habilidades, se terminaba en bronca; incluso con desafíos personales. Como digo yo, gracias a Dios, la sangre no llego nunca al río.

Hubo unos años que la mocedad estaba muy dividida, y en las rondas que se hacía cantando por la calle, en las noches de los días de fiesta; si se encontraban de frente unos con los otros; ninguno cedía el paso y se terminaba a golpes.
Menos mal que siempre había alguno con más sensatez, de ambos bandos; que moderaban, y no pasaba de ahí el asunto.

Últimamente, recuerdo que este día ya se celebraba entre grupos de amigos más afines, y menos numerosos; así se evitaban los problemas. Algunas veces, en vez de regresar a dormir a casa, se quedaba en el pajar hasta el día siguiente y se continuaba por la tarde consumiendo lo que había sobrado del día anterior.
La resaca, por los  excesos que se habían hecho; comiendo y bebiendo, duraba varios días; y en el trabajo los padres siempre lo advertían. 
El rendimiento era menor, pero lo aceptaban. También ellos habían pasado por situaciones parecidas.

Arturo Galende Palacios       





                                             EL DIA DE CARNAVAL

                -Antes nuestros abuelos, decían que era el día del Entruejo. Ignoro por qué-

Por aquellos años estaban prohibidos los disfraces. Aun así, muchos se disfrazaban pintando la cara sin ocultarla, para lucir sus vistosos trajes y no menores encantos personales.
Siempre había alguno que llevaba alguna máscara guardada entre la ropa y al  encontrarse con algún grupo de confianza, la ponía para hacer más amena la fiesta y jugar a las adivinanzas.
Al final, casi siempre se daba a conocer y seguía la juerga.

Para ese día, casi todas las amas de casa, preparaban las famosas figüelas. Eran como tortitas finas, hechas de harina amasada; que se ponían en la sartén para freírlas y después se condimentaban con azúcar o miel. Estaban riquísimas.
La juventud, solo por ir a degustar las riquísimas figüelas, por los domicilios de los familiares o amigos, se vestían de carnaval, con lo que encontraran más a mano.

Recuerdo como en casa de una de mis abuelas, siempre para el día de las Candelas (2 de febrero), que era su santo; y para el día de carnaval, preparaba una cesta grande de figüelas, que después arropaba con miel de sus colmenas, y estaban de rechupete. Allí nos tenía a todos los nietos, ese día sin falta.

También se hacía en muchas casas, unos bollos especiales a base de harina, azúcar, manteca  de cerdo,  y  algún otro ingrediente que no recuerdo; y que a pesar del color oscurito que quedaba al cocerlos en el horno, estaban muy buenos y sabrosos. Con un trozo de este manjar, se merendaba estupendamente.

Siendo un adolescente, todos los años; uno de mis tíos, y sus amigos; iban a casa de mis padres a degustar el delicioso manjar.
Siempre intentaban asustarnos, y cuantas veces los más pequeños lloraban de miedo.
Vestían unas capas largas y marrones, y en la cabeza  una especie de corona; algunas con cuernos, y la cara pintada de negro o colores oscuros. Alguno llevaba postizos hasta colmillos; y unido a que si llevaban algún tridente en la mano; se parecía al demonio o a cualquier persona horripilante.
Después de la broma, se quitaban las máscaras y coronas, para contentar a los pequeños, y degustar las figüelas.

Por la tarde, ya en el baile, las máscaras se quitaban y la cara quedaba al descubierto. Al estar prohibido, podían encontrase con alguna sanción a posteriori, y nadie entonces se permitía el lujo de pagar nada por eso.

Ahora en estos tiempos que vivimos, todo ha cambiado. Las familias tienen más medios económicos y se pueden permitir el lujo de comprar mejores disfraces.
Disfrutamos de más medios audiovisuales, para observar y comparar las grandes fiestas carnavalescas del mundo entero, y de nuestro entorno; que en su mayoría resultan preciosas.
Si hay medios económicos, ya no es necesario improvisar;  solo copiar de alguno de los trajecitos o disfraces que observamos, y si nos gusta  y tenemos dinerito; comprarlo y lucirlo.

Esperemos que la recesión actual, no dure mucho; y haga que cambie el rumbo de nuestra calidad de vida.

Arturo Galende Palacios


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